Según el pensamiento religioso, en el marco de la tradición cristiana, la tierra actual era el resultado de la forma que Dios le había dado en sus comienzos tras los diferentes cataclismos que el mismo Dios había provocado para castigar a la humanidad (ej. el diluvio universal) De esta manera, el planeta era concebido como una suerte de ruina estable cuya estructura básica no había atravesado ningún proceso de transformación decisivo. En este contexto, la vida sobre la tierra, podía considerase tan inmutable como la misma tierra.
Sin embargo, algunas evidencias físicas comenzaban a dar cuenta de que algunas especies existentes en el pasado habrían desaparecido, de manera tal que esta idea comenzaba a ser cuestionada. Ya en el siglo XVII, John Ray, un naturalista observó que dado los registros fósiles, muchas especies de moluscos habían desaparecido. Aceptar la extinción de algunas pocas especies resultaba más razonable que pensar que Dios había destruido toda su obra para recrearla nuevamente.
Pero nuevos descubrimientos geológicos complicarían esta manera de explicar la historia natural: había muchas capas de vida extinguida sobre la faz de la tierra. Hacia fines del siglo XVIII se imponía la idea de que las rocas registraban los restos de los seres que habían habitado la tierra en tiempos remotos. La teoría de las catástrofes periódicas cobra importancia entonces: luego de cada gran catástrofe, dios volvía a repoblar la tierra destruída y deshabitada. Sin embargo, cuando se observó que los sucesivos estratos daban registro de restos de organismos cada vez más complejos, los mas antiguos, invertebrados, luego peces, reptiles, pájaros, mamíferos y finalmente humanos la idea de destrucción total y recreación, se reemplazaba por la idea de progresión.
El progresionismo no se relaciona directamente con la idea de evolución porque no incluye la idea de descendencia ni analiza los vínculos entre una etapa y a siguiente. El progresionismo solo describe un proceso creativo en etapas separadas sin transmisión hereditaria entre ellas.
El argumento central era que detrás de este paradigma se inscribía la noción de una providencia inteligente que creaba de acuerdo a un plan. La investigación biológica daba cuenta de la complejidad de los seres vivos y dicha complejidad parecía impensable sin un creador que los hubiera diseñado deliberada y especialmente para cada función. Tal era la tesis del obispo Paley y su teología natural.